No hace falta que diga nada, de nuevo ha llegado más tarde de lo normal.
“Me pidieron el favor y…”
Hace rato que apagué el libro que leo todas las noches, y cerré la luz de nuestro cuarto, ya no sé ni lo que digo.
Volví a preparar comida de más, volví a decorar mi cuerpo, por si alguien quería ya no solo contemplarlo, sino venerarlo.
De nuevo me até unas horas al teléfono, aunque no con quien desearía, odio volver tan pronto a casa, esta soledad.
Noto cómo el lado derecho del colchón se hunde, aunque solo noto la presencia, porque desde ese momento, no se sabe más.
Paso por alto mi propia expresión, suerte que “cerré” la luz, de ser de otra manera, me vería en el espejo de enfrente a mí misma, con los carrillos empapados, y ya se suman casi mil noches.
No destacaré los detalles de sus explicaciones anteriores, otros días, hace mucho tiempo. A menudo sabía que su compañero se encontraba de vacaciones, o de baja, y sin embargo, parecía ser la causa de sus retrasos, qué descaro.
Paso minutos, algunas veces horas con los ojos abiertos como platos, solo veo el reflejo de su contorno, la pesadez de su silueta.
Odio esos momentos, la noche se había convertido en mi peor enemigo.
Y qué triste era aquello, cuantísimos amantes desearían poder gozar de noches sin final, y él me tenía justo a su lado, y lo peor no es que no valorara mi cuerpo, tampoco a la mujer que lo poseía.
Pudieron pasar mil, pero creo que ni una más.
Ya apagué mis ojos esa noche, y ya preparada, cerré mi maleta bajo esa estúpida cama…
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