A veces desearía bajar a la calle, a altas horas de la madrugada, y pasear, sola.
Quizás mejor aún si allá afuera me esperara un campo abierto, kilómetros de tierra, millones de estrellas, eternos silencios, y un horizonte tan extenso como el mismísimo océano.
Desearía respirar hondo y notar esa bendita soledad, que en algunos momentos todos necesitamos…
No tener hora de llegada al punto de partida, no reconocer responsabilidades ni ataduras, no sentir que debo volver.
Expulsar vaho al respirar, debido a un frío polar que me helara los huesos, y abrazarme a mí misma para protegerme, o al contrario, poder desnudarme allí mismo y notar mi piel de gallina al sentir un tremendo calor, altas temperaturas.
Si me permito pedir más, la noche es más acogedora, me gusta esa negrura aplastante, iluminada por la luna, por qué no.
A veces me siento en mi cárcel y envidio a todo aquel que pueda disfrutar de aquello que ahora mismo mi imaginación inventa.
Huir a alguno de esos paisajes sería una buena experiencia, y proponerse algo así es más que tentador.
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